La oficina a lo largo de los años ha ido cogiendo forma y adquiriendo una apariencia peculiar. Empezaban a venir las visitas y muchos decían que parecía una guardería. «Lo único que le falta es un Scalextric», escuchamos un día. Y como las cogemos al vuelo y nos gustó la idea, la guardamos en la recámara para darle forma en el futuro.
Fue pensarlo, comentarlo con el equipo y a todos se nos encendió la bombillita para llevar a cabo este proyecto. De los trasteros de todos los empleados, familiares, cuñados y amigos empezaron a aparecer trozos de Scalextric con los que solo habían jugado el día de Reyes.
Era el regalo perfecto que todo el mundo quería y suspiraba por él, pero que una vez que lo tenías, era tan difícil y pesado de montar que abandonabas y dejabas en el trastero cogiendo polvo.
Así que les acogimos y les dimos una segunda oportunidad a los circuitos, y una segunda infancia a los propietarios con los que pactamos que podrían venir a la oficina a jugar siempre que quisieran.
Nos recuerda a nuestros momentos más puros, la infancia y nuestras primeras veces. Para no olvidarnos de la base y de vez en cuando liberar tensiones jugando una partida, fomentando también la competitividad de una manera sana.